Hace tiempo que el empresario argentino más exitoso de las últimas décadas, se volvió un actor público relevante, interviniendo en debates sobre política nacional y, desde que apareció en escena Javier Milei, apoyando en general sus ideas, argumentos y la orientación de sus políticas.
En los últimos días se sucedieron varios rounds de confrontación entre Mercado Libre y el oficialismo, de un lado, y el kirchnerisno y sus aliados del otro. ¿Es Marcos Galperín el Elon Musk argentino, encarna a un nuevo tipo de empresario militante que el gobierno necesita como propagandista en su batalla cultural?, ¿es un modelo a seguir para capitalistas que durante décadas han sido entre dóciles y cómplices ante la destrucción del capitalismo argentino?
Hace tiempo que Galperín, el dueño de Mercado Libre y probablemente el empresario argentino más exitoso de las últimas décadas, se volvió un actor público relevante, interviniendo en debates sobre política nacional y, desde que apareció en escena Javier Milei, apoyando en general sus ideas, argumentos y la orientación de sus políticas.
En esa posición fue bastante coherente con lo que había venido haciendo su empresa: a diferencia de muchos otros que se acomodaron a las reglas cada vez más estrambóticas y reñidas con la libertad de mercado que impuso el kirchnerismo, e hicieron pingües negocios en una economía cada vez más cerrada, intervenida y prebendaria, se dedicó a que Mercado Libre creciera en otros lados y cambió su residencia fiscal.
Batalló, mientras tanto, contra regulaciones tradicionales del mercado financiero, ofreciendo nuevos servicios que resultan mucho más económicos y accesibles a los usuarios; es decir, innovó y creció gracias a eso, no beneficiándose de barreras de acceso, cuotas de mercado y precios políticos, como es común haga nuestra peculiar gente de negocios.
Se entiende por todo eso que, más allá del interés o la inclinación del propio Galperín, Mercado Libre fuera un instrumento demasiado tentador como promotor de las ideas liberales como para que el oficialismo no buscara sacarle el máximo provecho: la empresa se dedica a ofrecer, precisamente, concretas experiencias mutuamente beneficiosas de intercambio desregulado, sacando el máximo provecho de las nuevas tecnologías; permite sortear mediaciones opacas y caras, en muchos casos ligadas a un mundo corporativo que obstaculiza o anula la competencia; tiende puentes entre la extensa y precaria economía informal y los circuitos comerciales más dinámicos; en suma, encarna como ningún otro servicio de nueva generación todo lo que los libertarios dicen que hay que promover para rescatar al capitalismo argentino de las ruinas a que ha quedado reducido.
Pero, ¿el mutuo entusiasmo que evidentemente existe entre Galperín y Milei (que de todos modos no ha ido acompañado de un acercamiento personal: no casualmente se han abstenido de cualquier contacto cara a cara, al menos en público) no tiene acaso sus contraindicaciones? ¿No es un poco anormal que los empresarios emprendan personalmente campañas de posicionamiento político, o más todavía, asuman conflictos políticos en primera persona, que pueden enemistarlos con muchos de sus eventuales clientes, en vez de dedicarse a ganar plata mejorando la eficiencia y expandiendo sus negocios?
Algunos problemas elocuentes a este respecto, justamente, no han tardado en aparecer. El enrolamiento de Galperín con las causas oficiales convirtió a su empresa en blanco de críticas, y luego ataques de sus adversarios. Lo que desembocó a su vez en la sobreexposición del propio empresario en debates públicos que lo dejaron expuesto como un militante más, como les suele suceder, con todos los problemas asociados, a los artistas K, los académicos K y muchos otros sujetos por el estilo. Y el problema pasó a mayores con la clausura, por parte del municipio de la Matanza, es decir por el afamado intendente Fernando Espinoza, de la construcción de un centro de distribución en ese distrito. Aunque conviene aclarar que la obra en cuestión tiene lugar en un terreno del Mercado Central, por tanto, de jurisdicción compartida entre nación, provincia de Buenos Aires y CABA.
Como sea, el emprendimiento se volvió foco de una intensa confrontación política en los últimos días. Porque dirigentes y militantes libertarios, encabezados por José Luis Espert, se movilizaron el miércoles pasado para romper las fajas de clausura y atacar a Espinoza, mientras reivindicaban los efectos benéficos y el rol vital de la inversión empresaria en el nuevo modelo económico en gestación, y al día siguiente militantes kirchneristas y de izquierda, aprovechando el paro de transporte, hicieron lo propio para restablecer simbólicamente la clausura municipal y, eventualmente, ocupar el terreno en cuestión.
Como si se tratara del Sheraton Hotel, ese que los militantes revolucionarios de los años setenta prometían ocupar y convertir en hospital de niños, el centro operativo de Mercado Libre se ha vuelto un ícono de nuestro tiempo, más precisamente de la confrontación que define nuestro tiempo: entre una Argentina liberal y una populista.
Pero sobre todo, y al mismo tiempo, se volvió símbolo de un país en que, de nuevo, como quiere el populismo, tanto el de izquierda como el de derecha, todo es político, todos nos volvemos aunque no queramos militantes políticos, tenemos que tomar partido, y por tanto no podemos convivir en el mismo lugar con quienes piensan distinto, ¡si ni siquiera podemos usar los mismos servicios de compra electrónica!!!! ¿Falta mucho para que a algún publicista progre se le ocurra que usar los servicios de la empresa de Galperín es de garca e inicie una campaña para boicotearlos? Si nadie todavía lo intentó es porque tendría pocas chances de prosperar, no porque falten ganas, ya le van a encontrar la vuelta.
Se focalizan, en efecto, en esa obra en disputa en La Matanza, un entrevero de argumentos, intereses y voluntades que pintan bastante fielmente lo que está en discusión en la Argentina de nuestros días. Y lo pintan además de un modo bastante favorable al gobierno: si tus enemigos son nada menos que Espinoza, una figura que avergüenza al propio peronismo, y el municipio de La Matanza, ese que ya la misma Cristina Kirchner identificó hace años como símbolo del atraso nacional, y lo que esos contrincantes pretenden es ejercer el derecho de clausura para bloquear un emprendimiento, y eventualmente cobrar alguna tasa más, por derecha o por izquierda, ¿qué menos puede pedir Galperín para volverse el modelo a seguir no solo para muchos de sus pares, sino para millones de argentinos que sufren los aumentos de tasas de todo tipo, la corrupción y la presencia asfixiante de un Estado extractivo, que todo el tiempo busca sacarte más y a cambio te da cada vez menos?
Aunque, al mismo tiempo, Galperín, Mercado Libre y todos los que quieren cambios en el país deberían cuidarse de la hiperpolitización en que podrían estar cayendo, por ese típico exceso de entusiasmo que suele extraviar a los reformistas, y horadar las bases de sustentación de sus reformas. Porque si algo hace falta para asegurar no solo la instalación sino la perduración en el tiempo de las reglas de mercado es que ellas sean incorporadas a nuestro sentido común, es decir, se normalicen y despoliticen, lo que no va a suceder si todo es motivo de adhesión y disputa partidista, si solo se ofrecen dos alternativas, se está con las fuerzas del cielo o se es condenado al infierno.