La persona celosa sufre porque imagina escenas amenazantes todo el tiempo. Evita reuniones y salidas porque desconfía de todo y de todos.
La persona celosa es intuitiva. Sabe y casi nunca se equivoca porque observa. Está atenta a detalles imperceptibles para otros. El problema es que les otorga su propio significado.
A la persona celosa, le cuesta compartir. Se vuelve un ser absorbente, posesivo. No tolera las situaciones de exclusión. Necesita saber, estar presente y sobre todo controlar. Pero, al mismo tiempo, sufre al saber, al ver y al controlar. Ningún dato logra calmar su angustia.
La persona celosa le teme más que nada a su propia violencia destructiva. Tiene pensamientos obsesivos intensos que la confunden. A veces, hasta se avergüenza de sí misma por la ira desenfrenada de sus emociones.
En general, se siente sola, sin recursos para calmarse. Su ego va perdiendo dignidad ante sí misma. Se siente menospreciada, atormentada y le urge acotar ese sufrimiento. Quiere escapar, romper, llorar para terminar con ese martirio psíquico.
Como un bebé, necesita desesperadamente una muestra que le devuelva la seguridad del amor del otro. A veces hace justicia por mano propia. Y es ahí cuando el escenario se vuelve caótico, irracional, desprolijo y animal.
La supuesta infidelidad
Dicen que “el que busca encuentra”. Entonces, ¿qué se espera cuando se buscan pruebas de una supuesta infidelidad? Un mensaje, una huella, un video, un papel. Se busca lo que se quiere encontrar. Y cuando finalmente se encuentra, se sufre por eso. Pero este método tentador lastima mucho.
Se observa que generalmente el conflicto, la inseguridad y el malestar ya estaban instalados de antes. Y suele suceder que la corroboración en las evidencias sirven para poder hablar de ello. Sino, parece que no era posible de otro modo. Pero créanme, se sufre mucho.
¿Sirven los celos en una pareja?
A veces, los celos vienen a resolver abruptamente un problema, un malestar previo. Expresan el deseo inconsciente de cortar con un tipo de vínculo que ya no se desea más. Entonces cualquier gesto mínimo es motivo para pelear.
Otras veces, se está dolido aún por una historia anterior de engaños. Quedó la desconfianza como defensa para no volver a sufrir. Se busca elaborar en la relación actual una decepción sufrida en el pasado y entonces se generan conflictos hoy por los fantasmas anteriores.
En otras oportunidades, los celos se provocan para despabilar al otro, para entender qué sucede en la relación, generar adrenalina y mayor encuentro.
Qué hacer para superar los celos
- Confiar en el otro: si hoy está conmigo, es porque así elige vivir el presente de la relación. No darle más valor a los hechos del pasado que a la actualidad de la relación.
- Confiar en el vínculo: la fuerza de una relación reside en la sumatoria de pequeños momentos valiosos compartidos con la otra persona. Esas experiencias son únicas e irrepetibles. Lo vivido juntos es mi sostén.
- Prestar atención al criterio de realidad que lo suele dar el mejor consejero: el sentido común propio es objetivo, no exagera ni minimiza porque escapa del ego.
- Desromantizar el mito “somos uno”: los vínculos asfixiantes y simbióticos provocan ahogo y no permiten respirar. Darse mutuamente espacios libres para reoxigenarse con otros y volver a juntarse cada vez más plenos.
- Buscar el propio eje: retomar la propia vida más allá del otro (mis gustos, mis intereses, mis amigos, etcétera). No perderse ni abandonarse en el otro ni dar el 100% si eso implica quedarse vacío.
- Evitar el constante seguimiento en las redes: del mismo modo que cuando se hace dieta no se dejan al alcance de la heladera los dulces para no tentarse, hay que evitar tener al alcance de la vista todo lo que el otro postea.
- El problema es cuando no podemos elegir: cuando estar solos no es una opción, entonces me cuelgo del cuello de otro. Se genera la dependencia emocional tan dañina para uno mismo como para el vínculo.
- Hablar con un interlocutor válido de escucha respetuosa y confiable. Cuando las voces en soledad aumentan exponencialmente su volumen, las terceras miradas nos ayudan a destrabarnos y a salir de la prisión de la mente. Una buena terapia siempre ayuda a recuperar el propio eje, a recobrar la autoestima, la revalorización propia y el prestarse atención hacia el adentro.
(*) Laura Morrison (M.P. 14.189) es licenciada en Psicóloga Clínica y psicoanalista. Especialista en Niños y Adolescentes.