Un día como hoy, pero de 2004, el mundo estaba en vilo. Madrid padecía el ataque terrorista más importante en suelo europeo. Era jueves, en Argentina aún era de madrugada pero, en España, el día laborable ya había comenzado. A las 7:39 de la mañana, 10 explosiones casi en simultáneo sacudieron al país ibérico.
Usualmente se asocia este atentado con la estación de Atocha, donde se produjeron la mayoría de las explosiones, dentro y en las cercanías de la estación. Las demás fueron en trenes en las estaciones Santa Eugenia y El Pozo, estratégicamente elegidos en el momento de mayor tránsito. Fueron 10 bombas en cuatro trenes que dejaron un saldo de 192 personas fallecidas y cerca de dos mil heridas.
“¿Qué estaba pasando en Madrid?”, “¿Quién ha sido?”, fueron las preguntas en tono desesperado e incrédulo que circularon por los medios mundiales. “¿ETA, quizás?”.
Faltaban tan solo tres días para las elecciones nacionales en España. El Partido Popular (PP) gobernaba de la mano de José María Aznar y Mariano Rajoy era el candidato de la continuidad. Tras haber arrasado en las últimas elecciones, Aznar conducía con mayorías parlamentarias, sin necesidad de establecer coaliciones, lo que le daba autonomía en su conducción del Estado. Y a una semana de los comicios su partido lideraba las encuestas.
El gobierno del PP había llevado la bandera contra el terrorismo con firmeza durante sus ocho años de gestión. Luego de las elecciones de 2000, Aznar incrementó la lucha antiterrorista en el país, para lo que reformó la ley de partidos, prohibiendo aquellos afines a cualquier organización terrorista (con principal foco en ETA, la organización terrorista e independentista vasca). El objetivo era reducir la acción política y no solo militar de ETA.
Euskadi Ta Askatasuna, conocida mundialmente como ETA, era la organización terrorista más famosa en el país. Su historial de atentados la convertían en la principal sospechosa. Pero ¿era la única amenaza para España en ese entonces? Bastarían pocas horas de investigación, luego de los atentados, para deducir que había otras hipótesis posibles y que el modus operandi se parecía más al de Al Qaeda que al de la organización vasca.
Doce meses antes de los atentados, el 16 de marzo de 2003, los máximos mandatarios de EEUU (George W. Bush), Reino Unido (Tony Blair) y España (José María Aznar) se reunieron en las islas Azores, en territorio portugués, para firmar un ultimátum de 24 horas dirigido a Sadam Husein. Exigían el completo desarme de Irak, argumentando la supuesta posesión de armas químicas, bajo amenaza de declaración de guerra. El 20 de marzo la coalición internacional comenzó la invasión a Irak y España pasó así a ser parte activa de la guerra encabezada por Estados Unidos.
La sociedad española cuestionaba masivamente la política exterior bélica de Aznar, pero el gobierno no la oyó. Miles de personas se habían movilizado durante febrero de 2003 en rechazo a la guerra. Los emblemáticos premios Goya también fueron protagonistas de la demanda, dando voz a la posición del 90% de la sociedad española.
El PSOE, el partido líder de la oposición, leyó el clima de época y basó su campaña electoral meses después en el rechazo a la guerra: “Este país merece una España mejor; una España que recupere el entendimiento con la UE, y que no esté de rodillas ante la administración del Sr. Bush, como ha estado la administración de gobierno del Partido Popular” sostenía Zapatero, candidato del PSOE, en su campaña. Nadie se imaginaba el tamaño de la represalia que tomaría el terrorismo yihadista contra España por su participación en la guerra, exactamente un año después.
El 11 de marzo de 2004 encontró al gobierno con baja credibilidad en su palabra, pero resultados económicos demostrables. Eso le permitía a Mariano Rajoy colocarse como favorito y garantizar así la continuidad del PP en el poder. Pero lo que siguió fue un encadenamiento de sucesos que cambiaron el rumbo del país en tres días.
Aparecieron cintas de video con versículos del Corán dentro de una camioneta que contenía los mismos explosivos utilizados en los trenes. El gobierno sostuvo que igualmente la principal hipótesis era ETA. Se corroboró que el material de las bombas no coincidía con el habitualmente usado por los vascos. El gobierno volvió a sostener que sospechaba de ETA. La misma organización vasca publicó un comunicado en el que negaba su responsabilidad en los atentados. “ETA mata, pero no miente” circulaba entre la opinión pública. Nada parecía suficiente para que el gobierno dejara de lado su versión principal. Admitir que había sido Al Qaeda y no el grupo vasco era firmar la derrota electoral del PP.
La versión de que el gobierno mentía y ocultaba información era cada vez más compartida. El día de veda (denominado “jornada de reflexión” en España) la sociedad española se movilizó masivamente repudiando al PP y exigiendo que se conociera la verdad: “¿Quién ha sido?”. Finalmente, en la madrugada del día de las elecciones, el ministro del Interior reconoció la aparición de un video en donde Al Qaeda se atribuye la autoría de los atentados, con el nombre del responsable de la célula terrorista en Europa. Ya no quedaba sustento para el relato oficial.
El día de las elecciones nacionales llegó con una España conmocionada, atravesada por la incertidumbre, el miedo y la desconfianza en el PP. La crisis de la nación se había vuelto la crisis del gobierno de Aznar. El último sondeo preelectoral informaba que había un 30% de indecisos, que dudaba en asistir a las urnas o no sabía por quién votaría. Días después, con un atentado de por medio, hubo tres millones de votantes nuevos respecto del año 2000 y siete puntos de asistencia por encima de lo esperado. El PSOE se alzó victorioso con el 42,6% de los votos, poniendo fin al gobierno del Partido Popular, que tardaría siete años en regresar al poder.
La historia de la mala praxis política y los sucesivos errores comunicacionales que hundieron al PP están relatados en detalle en el episodio “No mentirás”, del podcast La Gota, producido por la consultora Ad Hoc. Allí se narra el paso a paso de un gobierno nacional que, por especular, entró en crisis. Trató de sostener hasta el último momento una versión que le era favorable y perdió. Su historial de decisiones antipopulares y manipulación de la opinión pública volvió cual boomerang de la mano del voto popular.